Los años que siguieron a la Revolución fueron testigos del nacimiento de una nueva clientela en Francia, formada por banqueros y oficiales, pero también por la élite del poder. Al mismo tiempo, Abraham-Louis Breguet empieza a ser reconocido entre la clientela extranjera, en particular inglesa, española y rusa. El zar Alejandro I llegó a visitar al relojero en su taller de Quai de l’Horloge. Carolina Murat, quien en 1808 se coronó Reina de Nápoles, llegó a poseer treinta y cuatro relojes Breguet a lo largo de su vida.
En 1804, Ali Effendi, entonces ministro de la Armada, encargó a Breguet el mejor reloj repetidor para el emperador otomano Selim III, a quien sólo se refería – según la costumbre turca – como “la persona más grande de nuestro país… tan grande y tan eminente que no he de pronunciar su nombre”. El proyecto fue un éxito: el emperador encomendó un segundo reloj idéntico al primero y al año siguiente, Ali Effendi escribió a Breguet: “Su reputación en Constantinopla no podría ser más elevada. Todos los grandes príncipes admiran sus obras".