Los años que siguieron a la Revolución fueron testigos del nacimiento de una nueva clientela en Francia, formada por banqueros y oficiales, pero también por la élite del poder. Al mismo tiempo, Abraham-Louis Breguet empieza a ser reconocido entre la clientela extranjera, en particular inglesa, española y rusa. El zar Alejandro I llegó a visitar al relojero en su taller de Quai de l’Horloge. Carolina Murat, quien en 1808 se coronó Reina de Nápoles, llegó a poseer treinta y cuatro relojes Breguet a lo largo de su vida.
Con la adquisición de treinta y cuatro relojes de sobremesa y de pulsera entre 1808 y 1814, la reina de Nápoles, mujer ambiciosa y sumamente bella, ocupó sin dificultades un puesto de honor entre los clientes más distinguidos de Breguet.
La hermana menor de Napoleón reinó con su marido, el rey Joaquín Murat, de 1808 a 1815, y la relación especial que entretejió con Breguet en aquella época daría origen al primer reloj especialmente diseñado para lucirse en la muñeca. Lo encargó en 1810, lo pagó en 1811 y recibió esta revolucionaria creación en 1812: un reloj repetidor ultraplano, de forma rectangular, equipado con un termómetro y montado en una correa de pelo entrelazado con hebras de oro. Ningún escollo fue demasiado difícil para Breguet en su afán por satisfacer a la reina Carolina y por ello fue debidamente retribuido.
Durante el verano de 1813, cuando la crisis europea estaba en su punto más álgido y la firma había perdido a sus mejores clientes, la reina Carolina adquirió a su relojero predilecto doce nuevos modelos (ocho repetidores y cuatro simples), lo cual dio a la compañía el ímpetu financiero necesario en el momento menos esperado.
Carolina Murat completó su colección con una serie de termómetros, barómetros y varias docenas de relojes comerciales menos costosos que compró con la intención de obsequiarlos.