El Tourbillon, que compensa los efectos de la atracción terrestre, muy nefasta para la precisión cronométrica del movimiento, es un invento brillante por su principio y cautivador por su funcionamiento. El conjunto formado por el par volante-espiral y el escape se coloca en una jaula móvil que gira sobre sí misma efectuando una rotación completa por minuto. Hoy, los relojes Breguet se fabrican en el Vallée de Joux (Suiza), centro de la mecánica relojera más avanzada. Impulsados por el mismo entusiasmo que el fundador insufló a su arte, los artesanos de la Casa crean relojes que simbolizan tanto el retorno a los orígenes como la visión de una marca orientada hacia el futuro.
El Tourbillon emana del espíritu brillante de un hombre con una rica experiencia. Abraham-Louis Breguet nació en Neuchâtel, Suiza, en 1747. Allí inició su aprendizaje como relojero, que continuó en Versalles y París, donde llegó a los 15 años. En la capital francesa, resplandeciente faro para el mundo entero, el joven Breguet siguió una formación teórica en el Collège Mazarin que lo convirtió en un hombre con una cultura científica muy sólida, en particular en matemáticas y física. Un ingeniero adelantado a su tiempo
Sus numerosas innovaciones técnicas, su sentido del diseño, sobrio y minimalista, lo convirtieron en un innovador de prestigio internacional. Su nombre fue haciéndose cada vez más conocido en las principales capitales y todos empezaron a imitarlo.
Si consideramos que el Tourbillon maduró en el espíritu de Breguet entre 1793 y 1795 (durante su estancia en Suiza), pasaron seis años entre su regreso a París y la obtención de la patente, el 26 de junio de 1801. Transcurrieron otros seis años entre la obtención de la patente y las primeras ventas, que empezaron muy lentamente. Se comprende entonces que probablemente Breguet subestimó las dificultades de puesta a punto de este nuevo tipo de regulador –otro efecto de su habitual optimismo– y que los «gastos considerables» y los «sacrificios» que mencionó en su carta al ministro del Interior no cesaron en 1801…
Abraham-Louis Breguet necesitó más de diez años para desarrollar y fiabilizar este invento extremadamente complejo. El maestro hablaba de su invento cada vez que podía y aprovechaba las exposiciones nacionales de Productos de la Industria que se llevaban a cabo en París en 1802, 1806 y 1819 para elogiar este mecanismo gracias al cual los gardetemps «conservaban la misma precisión de marcha, sea cual sea la posición, vertical o inclinada, del reloj». Seguro de la pertinencia de su invento, que se podía incorporar en varios tipos de relojes, Breguet y sus colaboradores realizaron 40 Tourbillons entre 1796 y 1829, a los que se añadieron otras 9 piezas que nunca fueron terminadas y que figuran en los libros como pasadas a pérdidas y ganancias, desechadas o perdidas…
La Maison Breguet, que siempre ha mantenido con esmero las piezas producidas por su fundador, produjo en los años 20 y 50 del siglo pasado algunos nuevos relojes de bolsillo con Tourbillon. Solo unos pocos conocedores fueron informados. A partir de ahí empezó un renacimiento tan inesperado como fulgurante. Concebido para los relojes de bolsillo, que por lo general se llevaban en posición vertical, el invento de Abraham-Louis Breguet reapareció en los años 80 en la reducida caja de los relojes de pulsera, mucho menos sensibles a la atracción terrestre. ¡Qué paradoja! Desde entonces, el éxito no ha cesado y conquista cada año nuevos territorios. Si bien el aumento de la precisión ya no es la ventaja principal del Tourbillon, el aficionado actual aprecia en él la belleza de un proceso revolucionario (en todos los sentidos) que 220 años después sigue hablando al espíritu humano.
¿Quién más que Breguet podía proponer un proyecto como ese, científicamente sólido y al mismo tiempo un poco optimista? Toda esa coyuntura fue necesaria para que naciera el proyecto bautizado por su inventor como Tourbillon, una palabra cuyo significado es con frecuencia mal interpretado, ya que se refería a la astronomía en un sentido hoy ya olvidado. Como se recoge en los grandes diccionarios del siglo XIX, que evocaban tanto a Descartes como a la Enciclopedia, la palabra servía para designar tanto un sistema planetario y su rotación sobre un eje único como la energía que hacía girar los planetas en torno al Sol. Lejos del significado actual de «rotación violenta» o de «tormenta incontrolable», la palabra elegida por Breguet es la de un hombre de los tiempos de la Ilustración que observaba el mundo antes de imitarlo, haciéndose eco de los filósofos del siglo XVIII que veían en la relojería una representación miniaturizada del cosmos. Y, en efecto, cómo no ver un pequeño mundo bien ordenado en este mecanismo que reúne el órgano regulador (volante espiral) y el órgano de distribución (rueda de escape y áncora) en una jaula móvil que gira con la regularidad de los planetas…